La canción de Drexler me martillea la cabeza,
o tal vez son las puertas de los ascensores,
los capuchinos de mierda, los teléfonos con politonos,
las idas y venidas de las placas, los electros y las analíticas.
Han pasado 10 horas y yo ya no soy yo, él ya no es él,
estas no son mis paredes,
voy a tientas como una sonámbula
que quiere despertar de su pesadilla.
Sigo los pasos de los médicos,
espío a las enfermeras, las acribillo,
les suplico hasta desquiciarlas.
Cuento los minutos que la gente aguanta de pie como
una especie de maratón de resistencia
absurda que se me acaba de ocurrir.
Una señora muy amable nos ha regalado
una buena conversación
a las 5 de la mañana.
Es el mejor regalo de este día extraño
en el que, sintiéndolo mucho, me derrumbo.
1 comentario:
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